viernes, 6 de enero de 2012

Una carta



La soledad inmensa de un amor ambiguo, lejano en todo sentido y ahondado en abismos oscuros paradójicamente por la esperanza; frente a un computador mira con los ojos perdidos en la profundidad de una pantalla el futuro incierto, el confundido Pablo. Las nuevas tecnologías dieron paso a un mundo de comunicaciones rápidas precisas e inmediatas, ya no hay que esperar un mes para recibir una carta, que quizás haya sido enviada o no por un familiar o ser querido en la lejanía, ya no hay que sentarse cual coronel frente a la oficina postal a preguntar por el pedazo de papel que le confirme a uno que existe en el universo para otro ser.

Ahora la pantalla repleta con cientos de “cartas” día a día colma de información casi siempre inútil en los ojos de Pablo que busca un resquicio de esperanza en una misiva, solo una, que haya sido hecha con dedicación y exclusivamente para él; pero tan solo encuentra cadenas patéticas donde le dicen que un tal Jesús le ama, o millones de animales heridos que se salvaran del maltrato si conmueve su corazón y renvía a todos sus contactos el documento, chistes esparcidos como migas a las palomas y de vez en cuando, casi nunca, alguna oportunidad de trabajo; no hacen falta por supuesto las cartas de información sobre productos, servicios y aplicaciones indescriptiblemente inútiles; pero aun así, Pablo espera frente al computador eones y vidas enteras cargando la página de su correo electrónico, esperando un resquicio de esperanza, una carta insultándolo al menos, pero que sea para él, y que lo haga sentir vivo,  unas líneas al menos que le confirmen que no es una ilusión y en verdad existe.

Pablo fue un estudiante promedio de diseño gráfico, la crisis no le ha permitido conseguir un empleo estable a pesar de su gran iniciativa y su presto servicio, así que le ha tocado trabajar independientemente, buscando clientes en todo el mundo a través del cable que lo lleva al mar del internet.

 Pablo un día fue joven, ciertamente ahora tiene 25 años, pero un día su alma fue joven, e inevitablemente se enamoró, una joven de cabello largo y negro se posó en sus ojos y no hubo viento que retire esa imagen de su mente; para su suerte, ya que es raro que pase esto, ella también se enamoró de él. Después de las formalidades y la contención de sus impulsos ante la necesaria convención social del galanteo, los nervios y la aceptación; el amor fluyó como niebla cristalina azulada enredada entre los dedos entrelazados de estos dos amantes, ella se llamaba Carla y digo “se llamaba” pues ella un día dejó de existir, no murió ni nada tan Shakespiriano, solamente desapareció de la realidad, la beca que ganó para ir a estudiar a Francia hizo que deje de existir.

La despedida llena de lágrimas y promesas no se hizo esperar, hasta cierto punto también cumpliendo la necesidad social de llorar frente a la lejanía del ser amado, pero sea como fuese ella se fue jurando volver y haciéndolo prometer que la esperase; al siguiente día ya hablaban a través de una pantalla, un micrófono y una cámara, enviando besos transatlánticos y lágrimas de distancias interminables, algunos dirían que hablaban más tiempo a la distancia que cuando estaban cerca, aunque el frio tacto de una pantalla resquebraja los nervios y la sensación tibia del amor.

Poco a poco las ocupaciones de ambos fueron haciendo las conversaciones menos largas y las despedidas más cortas, el cariño perduraba, pero recién después de unos meses se empezaba a notar los verdaderos efectos de la distancia, la indiferencia, el cansancio, el gris.

Ahora Pablo espera al menos un saludo, un te quiero o al menos un hola en las yermas salas de chat; mira el computador todo el día, mientras realiza sus escasos trabajos para personas desconocidas, con los ojos clavados en el número que marca mensajes nuevos, con un nudo en el pecho y los ojos sin brillo, con las piernas cansadas y sus labios apretados en el vacío, con el alma anciana y carcomida por la distancia.

¿Qué hará ella ahora? ¿Qué sueños y que manos recorrerán despacio su rostro? ¿Se cumplirán algún día las ahora tan lejanas promesas de volver, de amar, de vivir? Él no lo sabe, y a veces ni le importa, ahora está atrapado en una trinchera oscura esperando un rayo de esperanza para poder mirar al cielo y sacarse el nudo prisionero de su corazón.

De repente, a las 16:50:56 de un día lunes marca un mensaje nuevo en la bandeja de entrada y de remitente solo dice “Carla” y como asunto de la carta un vacío sepulcral acompaña el nombre de su amada; con las manos temblorosas y los ojos exageradamente abiertos Pablo hace clic en la misiva para abrirla.

1 comentario:

  1. Querido Dragón Negro, creo que todos estamos de alguna manera envejecidos al pasar tanto tiempo por este medio. Hace poco un escritor amigo mío comentaba que en vez de ello, teníamos que "vivir"... este verbo a veces se diluye y se vuelve gris, como bien lo describiste.

    Me gustó mucho el final. Cuando te esperas que Pablo se hunda y resquebraje, unas centésimas de segundo antes es cuando recibe... ¿qué cosa? ¿La misiva esperada? ¿El final inevitable? ¿El regreso de Carla? O como broma macabra de este mundo actual nuestro, ¿un virus, quizá?
    Muy bueno, querido Mago.

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Lenore

lenore

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Vincent

Jack

Señora mirando por la ventana como dos chicos al encontrarse bailan