De sepulturas
profundas y abismos oscuros, drenan en silencio los sueños frágiles, la
realidad se come los pasos dados, e ingrávida la luna cobija miedos.
Serena
e inmensa, la llanura del vacío se extiende hasta el infinito dentro de mi
cabeza, el peso en mi corazón es desesperante y hasta ominoso; velados los ojos
ocultan utopías entre las sábanas de sus párpados, para que el vacío inmenso de
la realidad no se los coma, destripe y torture a su paso.
Soñar
no es malo, despertar es patético y agobiante; pero necesario. Es necesario
despertar para verse a los ojos, aceptar la fragilidad e insignificancia del
ser. Destripar el corazón al vacío, con llagas abiertas y enfermas, ver todo
eso es necesario, indispensable, irrevocable para no reconciliarnos ni con la
vida ni con la muerte. Para cansarnos, olvidarnos, perder toda la esperanza, vomitar al mundo y extraviarnos... Para volver a
soñar.
Los sueños
casi nunca se hacen realidad, al menos no por cuenta propia. Los sueños no se
hacen realidad en los sueños. Por eso, en ese momento de realidad, de vacío
perverso y de cruel vigilia, es preciso levantarse, escupir la bilis acumulada
en la boca y hacer un boceto lo más cercano posible, aunque sea absurdo y
retorcido, de lo que se ama, de lo que se sueña.
No somos
nada, no soy nada, ni siquiera llego a ser un suspiro del universo, abandonado
en el infinito desolado, vacuo, serpenteante y correoso. No soy nada y a nadie
le importa, a nadie le debe importar. Y eso es suficiente para querer luchar. ¿Es
inservible e imposible? Pues sí, es lo más probable, de hecho es casi una ley.
Pero no me resigno a perder sin haber peleado.
¿Qué
hace una flor para evitar la arremetida de un tanque de guerra? ¿Se aferra a la
tierra? ¿Tensiona sus hojas? No lo sé con certeza, pero sé que lo hace, sé que
lo intenta.
Soy
una frágil flor y el universo es un tanque de guerra inmenso y retorcido.... ¡¿Y qué?!