domingo, 27 de febrero de 2011

Los sonidos de la guerra

Antes de la cruel batalla los campos temblaban de miedo y gritos sedientos de muerte, los truenos inmensos hacían trizas la tierra y los metales siseaban uno sobre el otro, las lanzas se erguían impecables como plantaciones inmensas de espigas interminables y los escudos brillantes reflejaban la luna en los rostros endemoniados de los enemigos, las hojas afiladas vibraban emocionadas con sed y hambre de carne cruda y la noche clara escuchaba los relinchos enfurecidos de corceles de alto porte y fuertes extremidades, cubiertos los pensamientos por metales y cueros, mallas y petos, el aire electrizaba los pasos y las fogatas ardían con un entusiasmo desquiciante.

Las dagas guardadas susurraban canciones de ira y agitadas las flechas preparaban el vuelo, se acomodaban las plumas ajustaban sus cabezas, la inmensa luna observaba un tanto indiferente los preparativos y de vez en cuando escupía en los guerreros; generales y estrategas en tiendas de campaña discutían intranquilos sobre mapas y tácticas, cansados de pensar la mejor forma de morir.

Los gritos de rabia y muerte corrompían la planicie y los aceros se impacientaban con la larga espera.



                                                                              *
Ahora el viento es el único que esgrime la palabra, viento apaciguado, camina entre los restos de la batalla, la luna sigue observando y sus ojos se vuelven rojos con el reflejo, el tiempo detenido solo deja resquicios para vislumbrar los miembros y tripajes esparcidos por la tierra, el lodo rojo y las armas quebradas, las plumas de las flechas ensangrentadas y las espigas-lanzas cegadas y desparramadas.

Las alas de los recolectores ya hacen espirales en el cielo y sus gritos se acercan a cada segundo, la noche enfría los cuerpos y el viento recoge los susurros que se le extraviaron, levanta almas y penas, sueños y condenas.

Espasmódicamente entre los cuerpos algún movimiento de agonía, de despedazados vivos con mala suerte, agonía larga y roja en la espera de la muerte, corceles destripados con la lengua fuera, cabezas de soldados con poco entrenamiento, y sus cascos todavía puestos, intactos.

El silencio se rompe con el desgarramiento de la carne, alimento de los buitres y a lo lejos los pasos solitarios e imprecisos de una sombra que se acerca, esquiva cuerpos y escruta cada centímetro del suelo, la luna desdibuja su figura, y de sus ojos llueve amarga la incontrolable necedad de la derrota, sus vestiduras delatan una mujer, demacrada por el horror de la escena, busca entre las muecas de los decapitados soldados algo que no quiere encontrar.


Lenore

lenore

Lenore

Vincent

Jack

Señora mirando por la ventana como dos chicos al encontrarse bailan