miércoles, 2 de noviembre de 2011

Dicen…


Dicen, que los sueños son caminos perdidos del inconsciente, dicen que la luna solo da una cara y también dicen que la soledad es un pecado. Alzan sus copas los cuervos negros de la tempestad, mojan sus picos colmados de sangre en cuencos aborrecibles y huecos; los cadáveres derretidos en la fulgurante estancia de los caídos se descomponen inmersos en canciones desgarradoras y malditas.

Cuervos, que miran al cielo y gritan, ¿son ustedes acaso los mensajeros de la desidia? Son los hijos de la muerte viva, que camina despacio entre las pilas de cadáveres observando sus ojos grises, que nunca han estado llenos; ojos blancos, ojos azules, ojos, ojos por todos lados y una flama eterna de podredumbre que sale monolítica de sus bocas semi abiertas.

Lentos pasos acompasan al viento, el susurro crepitante de la tierra, de los mares desolados y los bosques deshojados, camina contra el horizonte el perfil inhumano del astado encapuchado, en sus largos dedos desfigurados el viento danza intranquilo y de su quijada desencajada por la ira borbota el murmullo del fuego pavoroso e intenso; como si contuviera todo un infierno entre sus fauces.

Dicen también que las golondrinas son aves de paso y que el amor es eterno mientras dura; dicen y dicen que hablarle al viento es desperdiciar palabras, y siguen diciendo tantas cosas y tantos miedos.
 Salud por los caminos perdidos y por la otra cara de la luna, salud por las largas horas de camino solitario, por las brillantes golondrinas y por el amor, ¡salud! Porque los pasos de los días se repitan en mi cabeza y en las alas del viento pueda vivir eternamente en un sueño.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Campanas


Repicantes en mi pecho las campanas ya no alcanzan, se presionan, empujan, saltan y expanden; quiere cada una de las 8 miserables resonar en el hueco de mi pecho, campanas de golpes metálicos y canciones monótonas;  alargadas sus sombras se repliegan en los ojos de las estrellas  y en mis manos sudor frio, miedos dormidos y recuerdos desligados del olvido.

Sonora la primera campana es la más alta y sombría, de su garganta agujereada brotan los profundos recuerdos indescifrables, que no llegan a ser buenos ni malos, los más profundos, huecos y sonoros recuerdos proceden de su boca ancha y de su altura inconmensurable.

Detestable la segunda, gris y parca como una ciénaga resuena en notas clamorosas como gritos de indescifrables criaturas, cubierta de asquerosas putrescencias se desliza arrastrando su inmundicia en los rincones de mi agujereado pecho, de su nauseabunda garganta proceden los indescriptibles recuerdos que no merecen ser recordados, pero que es imposible desmontarlos; muerte, dolor y sufrimiento; son palabras recurrentes en sus canciones cacofónicas y malditas.

Elegante la tercera, de plata blanca y brillante, hace gala de semblantes enmascarados, de porte adusto y ojos semicerrados, de la garganta de esta resuenan profundas notas enmascaradas; a su vez mira con desagrado y nauseas a todas sus compañeras, su brillante superficie labrada en preciosos adornos idealizados por algún artista a pedido. No siente más que escalofríos al rozar a alguna de las otras campanas, sus canciones se remiten al desagrado, a la queja constante, al mal olor que odia y a su eterno amor propio y único por ella misma.

La campana esférica es la cuarta, negra profunda, como una perla procedente de otros mares donde todo está dado la vuelta; su tamaño relativamente más pequeño a las anteriores, aún más que la segunda, la acorrala en el centro de todas las campanas; su sonido es agudo y casi inaudible, a pesar de ello cuando deja de tocar es obvia la falta que produce; de su boca nacen los datos y canciones que se come día a día, en su interior solo alcanza la sabiduría, solo come lo que le interesa y escupe los huesos para que las otras se peleen por ellos.

Resuena interminable la quinta campana oxidada, su badajo cansado se columpia eterno y a cada momento. Su labio está mancillado y su sonido es doloroso y caustico; sus canciones son repetitivas y cíclicas, a pesar de que no quiero escucharla su canción rebota y renace idéntica, espesa, melómana y dolorosa; sus ojos cerrados fuertemente destrozan sus párpados oxidados y las lágrimas eternas resbalan por su descascarada  espalda.

El sexto lugar la ocupan 674 pequeñas campanillas entrelazadas fuerte y caóticamente entre sí, su oro blanco resplandece con cada tintineo idéntico, y como una bandada inmensa de aves trashumantes, resuenan en crescendo al más mínimo susurrar del viento, su vida es sencilla y levítica, contemplativa, eternamente simple y feliz; su canción es un reflejo idéntico del Viento y en sus bocas solo canciones de paz y cuentos susurrados al oído viven.

La séptima campana no suena, está quieta, incolora, casi invisible; algunos creen que está dormida, en su superficie se destacan diseños etéreos de alas, plumas, árboles y hojas al viento. Su silencio es perfecto y su canción desconocida.

La última campana colgada de una rústica cuerda casi negra, resuena con un sonido seco y tosco, su cuerpo entero está hecho de madera fuerte y oscura, su canción al ser extraña al sonido metálico de sus compañeras es indiscutiblemente reconocible, su canto habla de muchas cosas que no fueron ni serán, habla del momento, del sabor del segundo presente, se reclina nuevamente y pronuncia con voz fuerte y clara el aroma del instante que vive.

Dentro de mi pecho se apertrechan campanas, y resuenan, cantan cada una su propia melodía, a veces coinciden en armonía, a veces el caos se apodera de sus gargantas y presionan con su retumbante voz las cuencas de mis oídos; dentro de mi pecho cuelgan campanas que cantan, cantan, cantan, cantan, cantan, cantan  …  Cantan.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Sus ojos en los míos


Abrazadas a miedos las sombras se deslizan en innumerables filas eternas de buses que no llegan, que se retrasan, que no existen.

La marea se mueve inconfundible entre los pliegues de la muerte; y los ojos de la parca se asoman entre las nubes carbonatadas de las amapolas consumidas en cuencos de porcelana, si la lluvia apaciguara dejarían de mojarse y si el sol deja de brillar ya no estarían iluminados; tendrían inexorablemente que prender los faroles de terciopelo, las estrellas azucaradas que cuelgan de su cuello.

Y las esquinas siguen siendo rectas, las calles siguen siendo negras, el agua sigue siendo húmeda respiración del viento y los ojos de la luna siguen siendo hermosas mariposas clavadas a mis pupilas, como hipnosis pura de años de sutil belleza, acurrucada en una voz hermosa que se desliza, lentamente como una marea perfumada, como olas petrificadas en neblina dorada.

Mientras camino sin moverme de mi lugar, las flamígeras nubes moradas silban sobre mi cabeza y olas interminables de neblina dorada se comen mis pies, mis rodillas, mis miedos, mi desesperación… y lentamente me elevan más allá de esos miedos que esperan el bus que no llega, lentamente sobrepaso a las estrellas, se congela el esquema sepulto de los sirios que ahora están a mis pies y sin saberlo ni imaginarlo una flor brota de mi pecho, un pequeño clavel que susurra con una voz trémula y sutil, una voz perfecta y unas manos que envician mis ojos.

Abre sus alas despacio el pequeño capullo de pétalos sutiles, y en sus ojos distingo sin miedo a equivocarme los ojos profundos y misteriosos de la luna llena; ¡ay la vida! Colmada de sorpresas, de ojos oscuros y de canciones cantadas al oído, ¡que los sueños se hacen realidad! ¡¡He dicho!!… y que el tiempo se detiene en secuencias interminables de esa fascinante niebla dorada que es el aroma y la esencia de la flor, que fluye despacio comiéndose el tiempo, y se acerca lentamente a mis ojos, me atrapan en espacios cortos de razón y locura.

Locura de saltos en pupilas, de árboles blancos  y cielos purpuranaranjados, de libélulas y mariposas, de palabras y silencios.

Ya la noche es para mí eterna, ya el viento no sopla desde una trinchera  y sin miedos que esperan buses, floto despacio entre la neblina de aromas dorados etéreos; de cantos minúsculos, de sueños dormidos… de sus ojos en los míos.



jueves, 19 de mayo de 2011

Flor

¿Una flor brota de la tierra? ¿Nace de las alas de un árbol? ¿Mira al cielo o a la tierra? ¿Qué es una flor?
Cuando Flor era una niña rebuscaba en la tierra con las manos excavaba en el jardín de su casa con el dedito, a veces sentada en la tierra y a veces agachada, coleccionaba plumas y piedras que encontraba en su patio, subía al viejo álamo que la vio nacer, que la vio crecer, a su sombra recibió (¿o en realidad dio?) su primer beso; saltó, jugó, lloró, durmió, comió y volvió a dormir bajo ese álamo; le gustaba su olor resinoso y viejito.

A Flor le encantaban la tierra y las plantas, y por supuesto le encantaban las flores, bueno no todas, no le gustaba el color de los tulipanes de su madre, ni el sabor de las acacias, pero a diferencia de esas pocas excepciones le encantaban los colores, formas, olores y sabores de la mayoría de ellas. Les hablaba y cantaba, pero solo le contaba sus secretos más profundos  al viejo árbol que la consolaba y abrazaba cuando estaba triste.

¡Flor salta! ¡Flor grita! ¡Flor ríe! ¡Flor cae! ¡Flor llora! ¡Flor se levanta! Y las flores del jardín no dejan de mirarla con sus ojos de pétalos envidiosos; pues es la flor más hermosa del jardín.
A Flor no le gusta el auto de su padre, aplasta el césped y lo deja medio bobo; si no fuera porque dentro de ese armatoste viene su papá no lo soportaría; se acerca corriendo, le gusta abrazarlo, es tan fuerte, alto y suavecito; aunque siempre parece estar tan lejos, tan borroso.

Las flores miran siempre a su padre de forma extraña y se sonrojan tapándose la cara abochornada con las hojas del tallo.

Un día Flor fue a la escuela y le dijeron en alguna hora aburrida que las flores eran los órganos reproductores de las plantas y Flor no se lo creyó ni un poco, seguramente su profesora estaba confundida, ¡claro! Su madre le había contado sobre los genitales  y para que servían, las flores no parecían para nada eso, ¡¡ELLA no parecía eso!! De hecho al volver a su casa comprobó y comparó cada una de las flores del jardín. Sí, no había duda, su maestra debía estar confundida, a diferencia de algunas orquídeas las flores no parecían eso.
Aun así; y tras la prueba en la que había sacado una mala calificación al expresar en ella su investigación comparativa; se seguía preguntando si sería una gran equivocación de los adultos, ya había sucedido antes, como el día en el que le dijeron que las hadas no existían o que el viento no habla. Por lo que Flor pasó casi una semana observando el patio casi sin dormir  para ver si las plantas orinaban por las coloridas flores. (Puso especial atención en las orquídeas por puro profesionalismo científico). 

Pero nada,  las pequeñas coloridas solo se mecían con el viento y a veces cantaban, a veces lloraban, a veces callaban y a veces se molestaban entre sí.

Flor triste una noche sin saber que era verdad se sentó junto al gran álamo, y el viejo  la sostuvo entre sus brazos mirando las inocentes lágrimas de la niña, la abrazó con sus largos brazos y la acurrucó en su copa, lentamente el abrazo se fue haciendo más profundo y la niña lentamente  se transformó, sus brazos se hicieron de colores y sus ojos miraron al cielo, se convirtió en la más hermosa flor sobre las alas del inmenso árbol.

domingo, 27 de febrero de 2011

Los sonidos de la guerra

Antes de la cruel batalla los campos temblaban de miedo y gritos sedientos de muerte, los truenos inmensos hacían trizas la tierra y los metales siseaban uno sobre el otro, las lanzas se erguían impecables como plantaciones inmensas de espigas interminables y los escudos brillantes reflejaban la luna en los rostros endemoniados de los enemigos, las hojas afiladas vibraban emocionadas con sed y hambre de carne cruda y la noche clara escuchaba los relinchos enfurecidos de corceles de alto porte y fuertes extremidades, cubiertos los pensamientos por metales y cueros, mallas y petos, el aire electrizaba los pasos y las fogatas ardían con un entusiasmo desquiciante.

Las dagas guardadas susurraban canciones de ira y agitadas las flechas preparaban el vuelo, se acomodaban las plumas ajustaban sus cabezas, la inmensa luna observaba un tanto indiferente los preparativos y de vez en cuando escupía en los guerreros; generales y estrategas en tiendas de campaña discutían intranquilos sobre mapas y tácticas, cansados de pensar la mejor forma de morir.

Los gritos de rabia y muerte corrompían la planicie y los aceros se impacientaban con la larga espera.



                                                                              *
Ahora el viento es el único que esgrime la palabra, viento apaciguado, camina entre los restos de la batalla, la luna sigue observando y sus ojos se vuelven rojos con el reflejo, el tiempo detenido solo deja resquicios para vislumbrar los miembros y tripajes esparcidos por la tierra, el lodo rojo y las armas quebradas, las plumas de las flechas ensangrentadas y las espigas-lanzas cegadas y desparramadas.

Las alas de los recolectores ya hacen espirales en el cielo y sus gritos se acercan a cada segundo, la noche enfría los cuerpos y el viento recoge los susurros que se le extraviaron, levanta almas y penas, sueños y condenas.

Espasmódicamente entre los cuerpos algún movimiento de agonía, de despedazados vivos con mala suerte, agonía larga y roja en la espera de la muerte, corceles destripados con la lengua fuera, cabezas de soldados con poco entrenamiento, y sus cascos todavía puestos, intactos.

El silencio se rompe con el desgarramiento de la carne, alimento de los buitres y a lo lejos los pasos solitarios e imprecisos de una sombra que se acerca, esquiva cuerpos y escruta cada centímetro del suelo, la luna desdibuja su figura, y de sus ojos llueve amarga la incontrolable necedad de la derrota, sus vestiduras delatan una mujer, demacrada por el horror de la escena, busca entre las muecas de los decapitados soldados algo que no quiere encontrar.


viernes, 7 de enero de 2011

La factura del agua


Camina el rellano de la puerta sin saber si tocar o no, Daniela ha estado casi veinte minutos frente a la puerta y no se anima a entrar,  se detiene, acaricia lentamente su pendiente izquierdo mientras piensa y vuelve a caminar de un lado al otro en el rellano, levanta la mano sobre el picaporte, siente la perilla cierra los ojos y la vuelve a soltar. Levanta la mano izquierda donde sostiene un papel lo mira con una mezcla de preocupación y tristeza, suelta el picaporte y sigue caminando.

Ella ya está muy cansada, le duelen los pies, fue un día largo; las reuniones en la oficina le habían hecho batir un record en preparar la mayor cantidad de café en su vida. Aparte no pudo almorzar bien por entregar unos documentos.

Y ahora después de hacer tantas cosas, no tenía la fuerza para entrar, se sentía cobarde, sucia, penosamente esparcida en el suelo de ese rellano, ¿acaso no podía simplemente girar el picaporte y entrar? ¿Tan difícil era? A fin de cuentas lo que le esperaba dentro no era algo muy prometedor, pero aun así Daniela sabía que debía entrar y enfrentarlo, aunque al parecer su cuerpo en ese momento no tenía ganas de cooperar.

De repente una voz la sobresaltó, no sabía de dónde venía, no hay nadie en todo el pasillo; sientió una voz justo frente a ella que parecía cantar pero ella no miraba nada, de pronto como si un velo se escurriera se encontró con una mujer de extrañas vestiduras azules y celestes justo frente a sus ojos.

Daniela no podía salir del shock y no podía moverse teniendo frente a ella a esa enigmática chica que apareció de la nada frente a sus ojos, que al parecer no le interesaba en lo absoluto Daniela y solo cantaba en voz baja una melodía en un idioma extraño.

Daniela al fin pudo moverse y estiró un poco el brazo derecho para tocarla, pero en el momento en el que se movió, la extraña mujer dejó de cantar y retrocedió un poco asustada, la extraña mujer quedó mirando la mano estirada de Daniela y se acercó lentamente como queriendo olfatearla.

En ese momento se dio cuenta del papel que tenía en la mano izquierda Daniela, apuntó con el dedo y dijo en una voz casi de niña -¿eso te preocupa? ¿qué es?- Daniela absorta miró su mano izquierda y sin saber porque, respondió en voz entrecortada –Es la factura del agua, me he olvidado de pagarla y hoy es el último plazo- la extraña mujer la miró con una expresión dulce de lástima, -¿pagar el agua?- dice con una risita -¡yo soy el agua! ¿Quieres comprarme?-.

Daniela no sabía que responder, la miró y estiró su mano de nuevo, esta vez la extraña mujer no retrocedió, y Daniela la tocó en el brazo, lo retiró enseguida asustada. –Estas momo mojada- dijo Daniela muy asustada, -no estoy mojada; ¿como el agua puede estar mojada?- dijo el agua con un tono burlón.

La extraña chica tomó el papel de la mano de Daniela y este se fué humedeciendo desde el punto en el que lo tomó, Daniela asustada miró como su factura vencida se fué transformando en un papel mojado, la chica lo miró sin inmutarse ante los ruidos de protesta y conmoción de Daniela, la mujer agua no encuentró nada que le interese del papel y se lo devuelvió a Daniela, se dio la vuelta y la regresó a ver sobre su hombro, le dio una sonrisa y dice –no me interesa ser comprada- y se fue caminando mientras siguio tarareando su canción, hasta que de pronto solo desapareció.

Daniela se quedó paralizada con el mojado papel en las manos, sin dejar de ver a donde desapareció la mujer agua giró el picaporte, pensando en que tal vez sea el resultado de tanto trabajo y entra lentamente en la casa, antes de cerrar la puerta volvió a sacar la cabeza y miró hacia donde desapareció la extraña mujer.
Al cerrarse la puerta se escucha una voz de un hombre dentro -¿pagaste el agua?-.







Lenore

lenore

Lenore

Vincent

Jack

Señora mirando por la ventana como dos chicos al encontrarse bailan