Repicantes en mi pecho las campanas ya no alcanzan, se
presionan, empujan, saltan y expanden; quiere cada una de las 8 miserables
resonar en el hueco de mi pecho, campanas de golpes metálicos y canciones
monótonas; alargadas sus sombras se
repliegan en los ojos de las estrellas y
en mis manos sudor frio, miedos dormidos y recuerdos desligados del olvido.
Sonora la primera campana es la más alta y sombría, de su
garganta agujereada brotan los profundos recuerdos indescifrables, que no
llegan a ser buenos ni malos, los más profundos, huecos y sonoros recuerdos
proceden de su boca ancha y de su altura inconmensurable.
Detestable la segunda, gris y parca como una ciénaga resuena
en notas clamorosas como gritos de indescifrables criaturas, cubierta de
asquerosas putrescencias se desliza arrastrando su inmundicia en los rincones
de mi agujereado pecho, de su nauseabunda garganta proceden los indescriptibles
recuerdos que no merecen ser recordados, pero que es imposible desmontarlos;
muerte, dolor y sufrimiento; son palabras recurrentes en sus canciones
cacofónicas y malditas.
Elegante la tercera, de plata blanca y brillante, hace gala
de semblantes enmascarados, de porte adusto y ojos semicerrados, de la garganta
de esta resuenan profundas notas enmascaradas; a su vez mira con desagrado y nauseas
a todas sus compañeras, su brillante superficie labrada en preciosos adornos idealizados
por algún artista a pedido. No siente más que escalofríos al rozar a alguna
de las otras campanas, sus canciones se remiten al desagrado, a la queja
constante, al mal olor que odia y a su eterno amor propio y único por ella
misma.
La campana esférica es la cuarta, negra profunda, como una
perla procedente de otros mares donde todo está dado la vuelta; su tamaño
relativamente más pequeño a las anteriores, aún más que la segunda, la acorrala
en el centro de todas las campanas; su sonido es agudo y casi inaudible, a
pesar de ello cuando deja de tocar es obvia la falta que produce; de su boca
nacen los datos y canciones que se come día a día, en su interior solo alcanza
la sabiduría, solo come lo que le interesa y escupe los huesos para que las
otras se peleen por ellos.
Resuena interminable la quinta campana oxidada, su badajo
cansado se columpia eterno y a cada momento. Su labio está mancillado y su
sonido es doloroso y caustico; sus canciones son repetitivas y cíclicas, a
pesar de que no quiero escucharla su canción rebota y renace idéntica, espesa,
melómana y dolorosa; sus ojos cerrados fuertemente destrozan sus párpados
oxidados y las lágrimas eternas resbalan por su descascarada espalda.
El sexto lugar la ocupan 674 pequeñas campanillas
entrelazadas fuerte y caóticamente entre sí, su oro blanco resplandece con cada
tintineo idéntico, y como una bandada inmensa de aves trashumantes, resuenan en
crescendo al más mínimo susurrar del viento, su vida es sencilla y levítica,
contemplativa, eternamente simple y feliz; su canción es un reflejo idéntico
del Viento y en sus bocas solo canciones de paz y cuentos susurrados al oído
viven.
La séptima campana no suena, está quieta, incolora, casi invisible;
algunos creen que está dormida, en su superficie se destacan diseños etéreos de
alas, plumas, árboles y hojas al viento. Su silencio es perfecto y su canción
desconocida.
La última campana colgada de una rústica cuerda casi negra,
resuena con un sonido seco y tosco, su cuerpo entero está hecho de madera fuerte
y oscura, su canción al ser extraña al sonido metálico de sus compañeras es
indiscutiblemente reconocible, su canto habla de muchas cosas que no fueron ni
serán, habla del momento, del sabor del segundo presente, se reclina nuevamente
y pronuncia con voz fuerte y clara el aroma del instante que vive.
Dentro de mi pecho se apertrechan campanas, y resuenan,
cantan cada una su propia melodía, a veces coinciden en armonía, a veces el
caos se apodera de sus gargantas y presionan con su retumbante voz las cuencas
de mis oídos; dentro de mi pecho cuelgan campanas que cantan, cantan, cantan,
cantan, cantan, cantan … Cantan.