martes, 24 de noviembre de 2009

Ofrenda de piedra








Las especias caían en cada palabra, hierbas,condimentos, gritos cacareos y trinos.

Las ofrendas en la larga fila y el inmenso trono que ya no alcanza en la amplitud visual, que ya no cabe en el imaginario de sus súbditos.

A la mitad de la fila... bueno, quizás tres o cuatro puestos más atrás; la mirada fría y gris se esconde en sus propias manos, las rodillas separadas, pegadas al suelo y el dolor de su espalda carcomida por la cal, cada paso con sus duras rodillas resuena en los oídos de los mercaderes, y de las dulces damas que salían a pasear.
El hombre duro, sin articulaciones, que no parpadea, pues es de piedra, sostiene su ofrenda en alto, sin moverla; sostiene su dolor eterno en la espalda.

¡Al fin! ya solo dos personas lo separan de su audiencia con el gran soberano, gran por inmenso no por altruista.

El hombre de piedra casi llora arena de alegría, al fin podrá entregar su ofrenda al rey, se ha preparado toda su vida para ese momento.

Al llegar al trono, el hombre de piedra, con todo su esfuerzo, inclina su cabeza, el esguince fracturado de su duro cuello resuena con n silencio seco, levanta su ofrenda con todo su esfuerzo, y el crac tremendo de sus brazos, estorba al oído del gran monarca, su gris cabeza lentamente se desploma y su cuerpo petrificado espera en silencio, solo espera.

Intenta levantarse y su pietro cuerpo carraspea en la eterna y resonante fractura de su alma...

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