Si los niños siguen susurrando sus canciones, el patíbulo de los muertos seguirá estacionado, afinando su guitarra de cuerdas rojas, de amalgamas y sintaxis de sepulturas desahuciadas, y él, acurrucado entre manteles azules acusando a los retablos de los cielos escurridizos.
Canta y asusta a los peatones el circuncidado y sórdido morador de las cañerías, de las estancias con sombras de los parterres sin dueño, de los ojos colgados de la luna, de ese ¡mamarracho sucio! como dicen las rechonchas damas de bolsos y peinados militares, de labios rojos y sabanas arrugadas bajo los ojos.
A él no le interesa como lo llamen, solo alza los ojos al cielo sin dejar de cantar sus replicas inocentes, su boca se mueve sola, marionetada por una parte de su cerebro que no recuerda con exactitud donde la encontró y se la metió en su cráneo.
-¿pobre indigente?- se dice a si mismo después de escuchar a uno de esos curas rechonchos que pasa a su lado mientras lo mira con ojos de asco, -¿pobre indigente?- se vuelve a preguntar, de quien hablaran se dice mientras mira a todos lados. Después de dos minutos ya lo ha olvidado, el vuelo etéreo de un soplido con alas con sonrisas y hecha de polvo y agua de otros tiempos, algo que nosotros llamamos mariposa lo ha acongojado.
Es hora de los torrentes hechos de sombras de la noche anterior que se arremolinan escondidos en el interior del caminante, lo atormenten, por suerte él sabe cómo solucionarlo, debe meter materia blanda por su boca de esa que hay que triturar con los siete dientes que se sueltan sin razones aparentes ( él cree que es por el viento por eso cierra con fuerza la boca cuando soplan las nubes) después de encontrar la materia blanda, a veces dura, que hay que meter en la boca, (los panes son los más comunes, o los más sabrosos, ¿o los únicos? a la final todo, hasta las iglesias están hechas de pan) llegarán así a su interior y destruirán la pequeña noche que sabe se metió dentro de él cuando el sol se lo robaron los del otro lado. Ahora mismo lo está viendo, circular, espeluznantemente brillante, cada día trata de capturarlo para que no se lo roben los del otro lado, busca tarros bolsas y se sube a las lomas para intentar atraparlo, ha fallado todos sus intentos, como una versión trágica del coyote aquel que quiere desesperadamente comerse un delgado y casi famélico pájaro azul.
No le tiene miedo a la noche, pero si al frio susurro de la luna, al espasmódico mordisco del frio de las tres de la mañana, a los salvajes animales sin pelo que con palos lo golpean cuando lo encuentran, a veces y muchas veces, los animales tienen gorro y uniforme caqui, estos a diferencia de los otros si tienen pelo ¡y como gritan!
Al fin después de tantas aventuras adrenalina miedo, eterno frio y más noche encubierta que se arremolina en su estómago el sol escapa de sus captores y otra vez las damas gordas lo miran y cruzan de vereda y él cansado solo deja cerrar sus ojos y su luz, en una banca que se tuerce con sus siglos colgando de su eterno cabello.
viernes, 22 de octubre de 2010
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interesante, realista, pero desgarrador a la vez...
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